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jueves, 10 de enero de 2013

Encadenados



¿Qué había de obscuro en el metal que prensaba los tobillos? ¿Qué había, si no, un diálogo de cuerpo a cuerpo? La presión sanguínea hacía las veces de mediador. Se agolpaba con el grito y se agitaba en el llanto. Y corría en un cauce adormecido cuando el amor éra posible. ¿Éra posible?
  Convengamos en que sí. Después de todo el roce de la piel éra inevitable. La fiebre contenida y la resignación rebelde hacían el resto. Los ojos rojos inyectados con lujuria se animalaban. Y se leía el deseo enfermizo y esperado, maloliente y aceptado, premeditado como un paso de baile.
  Casi que descargaban su odio con la consumación del ritual. Ni una palabra que denuncie un final. Que revele una identidad que no hacía falta. Que aliente una esperanza tangible.
  Los grilletes, lejos de apresar, acercaban, comunicaban, intercambiaban mutismos que decían.
Y contagiaban presagios compartidos. Que hablaban del despertar en lontananza allende los mares y deseos. La promesa del otro dia en pie, suponía una cita de la carne y del espíritu. Hasta que el hábito decía otra cosa y hasta el amor, en ésas circunstancias, permanecía.

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